Cruces Verdes de Esperanza

Hace algunos días tuve la oportunidad de ver un hombre a quien le resbaló la moto en medio de la calle. Los que observamos el evento hicimos sólo eso, observar; pues el individuo después de un rato se paro sacudiéndose y detallando si algo le había pasado a su moto. Seguí mi camino igual que los demás, pero algo se quedo en mi mente: Un profundo sentimiento de desconcierto por la actitud que el hombre toma en frente de la calamidad del hombre.
Me aterra pensar que aquella vida hubiera concluido cuando mis manos estuvieron quietas para ayudarlo, igual que las manos de los demás. Quisiera que todo eso fuera un sueño, donde cada uno de los que estábamos allí, fuéramos un Henri Dunant, fundador de la Cruz Roja, aquel ser que pasó a la historia por su corazón lleno de misericordia, corazón que le movía a adentrarse en los campos de batalla para sanar los heridos de éstos, sin importar de qué bando fueran. No hay duda que es uno de esos buenos samaritanos de los que habla Jesucristo en una de sus parábolas. A Quién no le importó que clase de inclinaciones sociales, políticas o religiosas se tuviera, lo único que le era relevante es que si alguien necesitaba ayuda había que dársela.
Podríamos pensar que eran tiempos de guerra, pero no es diferente de la guerra que estamos viviendo, donde la lucha es por olvidarnos del hombre: ya no un fusil, en muchos casos, sino la indiferencia que nos sume en la soledad. Qué bueno sería que parte de ese sueño fuera sentir que la humanidad es un cuerpo donde un miembro se duela de la falta del otro, pero es sólo eso un sueño, una utopía. En esta guerra pocos inocentes quedan: la lucha por tener, nos aleja, pasa a paso, del sentimiento que tenía Dunant en su alma.
Y no es que pensemos que él era misericordioso sólo con los soldados; ese corazón tan fàcilmente conmovible que lo llevaba a sentir el dolor ajeno, tuvo un comienzo; una construcciòn desde su ser, cuando ingresaba a las cárceles, las tardes de domingo, para leerles a los presos pasajes de relatos de viajes y otras obras que los educara.
Hay un largo camino por retroceder, pues mientras celebramos al buen samaritano, por su desprendimiento, actuamos como los dos hombres que, en la parábola, pasaron primero y dejaron al moribundo tirado porque en realidad no importa lo que pasa con los demás. Así, creamos no una Cruz Roja como Dunant, sino cruces negras como las que él mismo encontraba en los panteones. Tal vez, quede una oportunidad de salvar el corazón humano, si cada uno, por un momento, viera al necesitado y se diera a la tarea de construir una cruz verde de esperanza.
No seamos indolentes, en cuanto dependa de nosotros ayudar al otro hagàmoslo sin importar quien sea no olvidemos éstas palabras. AMARÁS A TU PRÓJIMO COMO A TI MISMO.
Gumpert, Martin. La historia de la Cruz Roja.
Poseidòn. Buenos Aires. 1945.
Inspiración Diego Taborda.
DAMARIS MARTINEZ PAREJA
Gumpert, Martin. La historia de la Cruz Roja.
Poseidòn. Buenos Aires. 1945.
Inspiración Diego Taborda.
DAMARIS MARTINEZ PAREJA
hola Damaris, está excelente tu reflexión y es algo que llega al corazón de quienes somos sensibles.
Adriana
Damaris, muy buen articulo, nos ensenas tu gran sensibilidad y no invita a actuar ante las necesidades de otros. Felicidades!
Damaris, muy buen articulo, nos ensenas tu gran sensibilidad y no invita a actuar ante las necesidades de otros. Felicidades!
Liliana